Por la Mariana, La Tortajada

Manuel Anguita Funcionario jubilado

casa de la tortajada

Hoy me ha venido a la memoria aquella tarde de principios de primavera cuando nos sentamos mi amigo Curro Fanegas y yo a tomar el cafelito de las cinco. Entonces él sacó del profundo bolsillo de su viejo chaquetón un arrugado paquete de cigarros Celtas y con sus dedos como sarmientos cogió uno. Después de mirarlo por todos los lados, se lo puso entre los labios y le prendió fuego, con ese deleite que solo saben poner los fumadores de casta. Después me miró a mí y me preguntó: ¿Tú te acuerdas de cuando vivía ahí la Tortajada? Aquello sí que era un palacio para vivir una reina, pero este afán de destruir todo lo que puede ser bello se tira y de momento los grandes innovadores de la arquitectura moderna, te lo presentan como la maravilla de las maravillas, y pretenden venderte la burra ciega y coja, como si fuera el mejor caballo de carreras del mundo.

Hombre Curro, yo sí me acuerdo del citado palacete, y es más, que llegué a ver a la Tortajada por la calle, ya muy mayor, apoyándose en un bastón, horriblemente pintorreada, pero derecha como un junco para mantener su alta figura con dignidad. Y en virtud de esta mi afición por investigar todo cuanto tenga relación con Granada, una tristona mañana de noviembre me fui en el tranvía hasta Santa Fe y en su cementerio  encontré el lugar en el cual reposan los restos de Consuelo Tamayo Hernández “La Tortajada”, ocupando el nicho más cercano al suelo del panteón de la familia Hernández, primos de la artista. Ya este era el segundo lugar en donde fueran a parar sus restos, pues en un principio fueron a la fría tierra. La señora que me dio toda esta información me dijo que sobre su tumba colocaron un epitafio escrito por ella misma pocas fechas antes de morir. De seguro que usted no lo sabía, verdad Curro.

En efecto, yo sabía que había muerto en Santafé en el año 57 en febrero, pero ignoraba en casa de quién, ni el lugar en que fue enterrada.

Pues mire usted Curro (debo aclarar que debido a su edad, yo siempre trataba de usted a mi amigo, porque así era antes el tratamiento entre personas mayores y menores), la Tortajada vendió el palacete en los años cuarenta en nuda propiedad, esto significa que podía estar viviendo en la casa hasta que falleciera. Pero la vejez no perdona y en el año 55, un primo de su madre logró convencerla, para que viviera con su familia en Santa Fe, ya que contaba casi con 90 años, y se la llevó.

Documentándome, en el citado pueblo, estuve hablando con una señora, que decía que ella la veía pasar por la mañana temprano para ir a oír misa en el colegio de Monjas Redentoristas, donde rezaba un rato y luego se volvía a la casa en donde vivía y no volvía a salir en todo el día. Su paso por las calles era seguido con curiosidad por la chiquillería, ya que su cara más parecía la paleta de un pintor que faces humanas, pero siempre imperturbable casi como la Esfinge.

¿Usted la trató directamente alguna vez?

Pues sí, una vez la traje desde el Gobierno Civil, que estaba en la calle de Duquesa, en el edificio de la Universidad, hasta su casa y otra la traje desde la estación, pero esta vez venía acompañada del “gigoló” que se encargó de sacarle los últimos dineros que le quedaban, pero ya era toda una señora muy anciana que no le quedaba nada de lo que fue cuando la vi por vez primera.

Mira Manolo, cuando la Tortajada era más joven, con alrededor de 50 años, formaba el alboroto cada vez  que salía a la calle. Yo me acuerdo la infinidad de veces que la vi y siempre llevaba aires de reina. En Granada se comentaba que tenía mucho dinero y fincas y algo tendría de cierto pues en su palacete árabe daba muchas fiestas, y la gente decía que era de Santa Fe.

Pues amigo Curro, esta vez soy yo el que le voy a informar, Consuelo la Tortajada no era de Santa Fe pero tampoco sé de donde sería, ya que yo tengo copia de los documentos oficiales  firmados por ella: en uno dice haber nacido en Valladolid y en el otro nacida en Madrid. En ninguno de los dos coincide la fecha de nacimiento, sin embargo la firma no deja lugar a dudas. ¿En dónde está la verdad? No se sabe, ya que en la partida de defunción existente en el Registro Civil de Santa Fe dice escuetamente: Consuelo Tamayo Hernández, hija de Gabriel y Francisca, viuda de Ramón Tortabús, falleció en Santa Fe el 7 de febrero de 1957, a los 90 años de edad. De naturaleza la misma. Como puede verse en la partida de defunción, no aclara nada, así que será difícil saber el verdadero lugar de nacimiento de esta popularísima “divette” de principios del siglo XX, ya que al parecer ella no tenía ningún interés en que se conociera. Pero hay datos para saber más o menos el año de su nacimiento.

En una entrevista que le hizo en Granada el periodista Arturo Martínez, Consuelo declara que se educó en un colegio de monjas en Barcelona, allí comenzó a cantar en el coro y debido a ser de talla alta, parecía mucho mayor. El maestro del coro era el músico de pocas partituras y mucha fantasía, Ramón Tortajada, que en realidad según el anterior certificado de fallecimiento su apellido era Tortabús y su nombre verdadero Rafael Tortabús Borrás. Este se enamoró de Consuelo y cuando esta no había cumplido apenas los quince años se casó con ella. Pero en realidad, lo que quería el Tortajada era explotarla. A tal efecto le cambió el nombre por el de Consuelo Tamayo “La Tortajada” debutando en Berlín en 1895, como la “divette” española de los ojos grandes y negros de gitana. Su éxito fue enorme y se sucedieron los viajes por todo el mundo, ya que le dio la vuelta en tres ocasiones distintas. En cuantos países actuó siempre fue agasajada por los altos dignatarios, reyes y príncipes, que rendidos a sus pies la colmaron de valiosísimos regalos. En 1905 fue recibida en audiencia privada por el Papa Pío X. Cuando el Cardenal Merry del Val le anunció la entrada del Papa, preguntó a Consuelo el porqué de la audiencia y esta le contestó que quería la bendición Papal para ella y su familia, cosa que le fue concedida con el ceremonial ritual, o sea colocando el Papa las manos sobre la cabeza mientras la bendecía.

Con motivo de unas cortas vacaciones en Santa Fe, en donde por esas fechas vivía su madre y en donde había nacido la misma, las autoridades granadinas, con su alcalde D. Felipe La Chica al frente, se trasladaron a esta gloriosa ciudad y consiguieron de la artista que actuara en un festival en Granada. Esta aceptó con la condición de que los beneficios fueran repartidos por igual para los pobres de Santa Fe y Granada. Dado que fue la única actuación en España, al Ayuntamiento le llegaron demanda de entradas de todas las provincias españolas y muy en particular de los políticos del Partido Liberal, del cual formaban parte los hermanos La Chica. El citado festival tuvo lugar en el Teatro Cervantes, el 17 de febrero de 1906, constituyendo un éxito impresionante. Fueron muchos los empresarios que acto seguido quisieron contratar a la Tortajada, pero el matrimonio se negó en redondo, marchando acto seguido otra vez a Londres y Berlín en donde era un verdadero ídolo.

El comienzo de la Primera Guerra Mundial le pilló en Berlín, desde donde trasladaron su fortuna a Barcelona, al tiempo que ponía punto y final a su carrera artística. Consuelo se trasladó a Granada y se instaló en el número 27 del Campillo Alto (casa histórica en donde las haya, pues allí murió en 1820 el genio del teatro Isidoro Máiquez y de allí salió la primera cabalgata de los Reyes Magos organizada por el Centro Artístico en 1912).

Dado que la artista se había acostumbrado a vivir a lo grande, pues todos los pisos le venían chicos, así que compró el palacete de estilo árabe de la plaza de la Mariana, que había sido construido en 1870 por el padre del gran actor granadino Paco Fuentes, el cual nació allí. Consuelo sometió el palacete a una restauración a fondo y se instaló en él, organizando grandes fiestas con sus amistades. Mientras tanto su marido se dedicó a acudir al café Alameda, en donde pronto trabó amistad con los componentes de la tertulia “Rinconcillo” integrada por jóvenes intelectuales granadinos, léase Gallego y Burín, los hermanos García Lorca, Melchor Almagro, Miguel Cerón y un largo etc. etc. El Tortajada les contaba fantasías vividas o soñadas por él en sus viajes por el mundo acompañando a su esposa. Alguna vez se sentaba al piano y desafinaba más que un caballo, pero los jóvenes le daban lo que se dice “jarilla” y el Tortajada invitaba a todos y les repartía cigarrillos que le mandaban de Egipto, que decía que eran exclusivamente para él. Pero en noviembre del 1916 estalló la bomba, pues mientras Consuelo estaba en Madrid arreglando asuntos, el Tortajada vendió todo cuanto encontró por la casa e hipotecó esta y se fue huyendo con la cocinera llamada “La Toñica”, que decía estar embarazada del músico. Consuelo puso una denuncia y el estafador fue detenido en Barcelona, a la vez que su mujer presentaba demanda de separación en Madrid.

Después, con el paso de los años se fueron perdiendo amistades, y los caudales mermando, al par que una señora anciana se pasaba las horas tras los visillos de los balcones. A principio de los años cuarenta Consuelo conoce a un jovencísimo “gigoló” granadino hijo de una respetable familia de la capital. Este chulea a la anciana y termina vendiendo como se dice en Granada hasta las alcayatas de las paredes. Ella vende el palacete en nuda propiedad y arrastra sus últimos años entre sus paredes hasta que unos familiares de su madre se la llevan a vivir con ellos a Santa Fe en 1955. El 7 de febrero de 1957 fallece y es enterrada en el cementerio del pueblo, sin que apenas saliera esta noticia en la prensa, solo unas pocas líneas en Ideal de Granada el 8 del mismo mes.