¿Un genio nace o se hace? ¿Está en sus genes o en su incansable trabajo? En el caso de Mariano Fortuny y Madrazo podemos confirmar que una combinación perfecta de ambos conceptos fue lo que hizo que pasara a la historia. La sombra de su abuelo y su padre era (y sigue siendo) muy alargada, pero Mariano fue capaz de expandir sus límites y conquistar, mediante el trabajo bien hecho y una gran dosis de historia, un terreno que sus antepasados no llegaron a contemplar: la moda.
Una historia basada en la creatividad sin límites
El dicho popular «de casta le viene al galgo» se cumple a la perfección en la figura de Mariano, hijo y nieto de artistas tanto por la rama paterna como materna. Por un lado, los Fortuny y por otro los Madrazo, que adquirieron fama mundial cuando el abuelo del protagonista de este artículo, Federico de Madrazo, se convirtió en director del Museo del Prado en 1861 tras diversos años acumulando fama como retratista.
Mariano Fortuny y Madrazo nació el 11 de mayo de 1871 a las ocho y media de la tarde en la Fonda de los Siete Suelos y fue bautizado unos días más tarde en la Iglesia de Santa María de la Alhambra. En la correspondencia existente en un Archivo particular de Guadalajara, Ricardo de Madrazo, tío de Mariano Fortuny, le escribe a su padre una carta el 24 de julio de 1870 en la que le dice: «Si vieras donde estamos, que bien se está. Estamos en la Alhambra es decir dentro de las murallas que la rodea, mi ventana da a la famosa torre de los Siete Suelos por donde salió Boaddil (el chico) cuando la toma de Granada. Como te gustaría este sitio, está lleno de arboledas magníficas a cuanto a este punto no parece que estemos en España»
Tras el nacimiento de Mariano, se trasladaron a una casa morisca que alquilaron en el Realejo bajo, cercana a un estudio que ya poseía su padre desde septiembre de 1870. Su vínculo con la joya nazarí lo acompañará durante toda su vida. Esa sensibilidad granadina lo convertiría en un artista creativo capaz de saltarse los límites de cualquier disciplina y explorar formas de expresión que históricamente siempre habían estado complementadas.
A lo largo de los años y en los diferentes países en los que vivió (Francia, Alemania e Italia), Mariano Fortuny y Madrazo destacó por su talento artístico multidisciplinar ya que concebía el arte como un todo indivisible donde las interconexiones formaban parte de la concepción misma de la creación: de la pintura a la fotografía, pasando por el diseño o la escenografía, e incluso poseía conocimientos e intereses sobre escultura y arquitectura. Su fin siempre estaba en investigar cómo intensificar dichas conexiones y cómo engrandecer sus creaciones.
Esto hizo que fuera capaz tanto de crear exposiciones pictóricas como fotográficas o incluso realizar líneas de diseño textil y de indumentaria a lo largo de todo el mundo, motivo este último por el cual estamos hoy aquí.
Investigación y pasión por los tejidos y las creaciones de moda
El término «revolución» en el ámbito de la moda está bastante denostado. Muchas firmas lo usan para definir, año tras año, sus colecciones que, más que ser revolucionarias, son simplemente el devenir de las tendencias aplicadas al consumo de moda y estética. Es por ello que cuando nos referimos a Mariano Fortuny y Madrazo como un revolucionario en los tejidos y la moda suele pasarse por alto la importancia que este investigador y creador supuso para la industria textil. Todo comenzó casi por casualidad.
Tras varios años cruzando el mundo a medio camino entre el aprendizaje y la inspiración, Fortuny y Madrazo se instaló con 17 años en un palacete familiar en Venecia (Palacio Martinego). Allí, deambulando entre las estancias del histórico lugar encontró una serie de telas antiguas que su familia había guardado y conservado durante generaciones. Rasos, algodones, sargas, sedas y encajes que aguardaban en diversos baúles aguantando durante décadas para inspirar ahora a un joven creativo que descubrió un nuevo mundo. Un mundo donde los tejidos se convertían en materias primas de lujo y su uso pasaba a convertirse directamente en obras de arte.
Esta pasión por los tejidos se intensificó cuando a principios del siglo XX pasó una temporada en París y conoció a la que sería su esposa y compañera de viaje y empresa: la bellifontaine Henriette Negrin. Ella también era una apasionada del textil y la creatividad, pero con visión pragmática por lo que rápidamente se establecieron en Venecia y crearon un dúo creativo y empresarial inaudito en la época.
Ambos empezaron a investigar y testear con los tejidos: mientras Mariano jugaba con el hilo, las tramas, el apresto, la conservación o durabilidad y el acabado (por ejemplo, le encantaba jugar a envejecer telas para que parecieran de la Antigua Roma), Henriette testaba los pigmentos para los tintes o definía estampados y grabados sobre la tela.
Estas creaciones e investigaciones los llevarían a iniciar una empresa textil que surtía a toda Europa. En 1911 fundó la sociedad Mariano Fortuny que fue el primer paso para, en el año 1921, establecer la empresa Fortuny que se convirtió en un gran proveedor de telas para las casas de costura y modistos de todo el continente.
Y también harían gala de sus conocimientos técnicos patentando diversas máquinas para estampar y transformar el tejido. Su creación más famosa es la llamada Máquina para plisar ondulado, que conseguía unos resultados en la tela nunca antes vistos y difícilmente replicables a mano. Pero esta máquina tiene una anécdota curiosa, aunque figura al nombre de Mariano, no la inventó él, sino que fue Henriette la creadora de esta tecnología industrial. Así lo explicó el propio Fortuny y Madrazo en una nota que dejó en la oficina de patentes: «Esta patente es propiedad de Madame Henriette Brassart [Brassart era el nombre de la madre de Henriette] que es la inventora. Tomé esta patente a mi nombre por la urgencia de presentarla».
Durante las pruebas necesarias para realizar esta máquina de plisado nació el Delphos. La unión de la pasión por la historia y la antigüedad clásica de Mariano Fortuny y Madrazo se unió a la habilidad técnica de su mujer Henriette Negrin para crear el considerado «vestido más sencillamente complejo» de la historia.
En un momento en el que las grandes casas de moda aún no habían nacido y no existía una industria de la moda como tal, Mariano se convirtió en lo que ahora llamaríamos un emprendedor fashionista capaz de convertir su pasión, los tejidos y trabajar con ellos, en un negocio internacional y rentable.
El Delphos: un icono que viajó por el tiempo
En moda sabemos que hay diseños capaces de traspasar el tiempo y el espacio, pero nunca una propuesta de tal magnitud como la que hizo mundialmente famoso a Mariano Fortuny y Madrazo. El vestido Delphos se convertiría así en un alegato para defender cómo, desde la Antigua Roma, lo más importante para la vestimenta era liberar al cuerpo y adaptarse a él.
Mariano y Henriette, uniendo sus pasiones por el mundo clásico y por la transformación textil, crearon un tejido plisado que, con muy pocas costuras, era capaz de definir el cuerpo sin presionarlo. Es curioso hablar del Delphos como tendencia o producto «novedoso» de principios del siglo XX cuando es, directamente y sin tapujos, una reinterpretación de una túnica clásica romana: la llamada stola. Así lo explicaba el propio Fortuny y Madrazo que quiso revivir esta prenda 2.000 años después de su apogeo. Un viaje a Grecia del creador en 1906 fue el primer paso para fijarse en la indumentaria clásica y obsesionarse hasta replicarla y mejorarla.
A través del pliegue textil encontró la mejor manera de emular esta prenda que cubría a las mujeres de hombros a tobillos solamente utilizando la caída de la tela (y uniones en la zona superior de los hombros). Gracias a ello no solo conseguía la comodidad de esta prenda, sino también el fitting de la misma dejando de ser una túnica ancha para convertirse en un elemento que envuelve al cuerpo y lo insinúa. Esto hizo que el modelo fuera igual para todo el mundo (a excepción de las mangas que podían ser cortas o largas), pero que en cada persona se mostrara de forma «diferente» al ajustarse a su cuerpo.
Aun conociendo las técnicas, procesos y maquinarias que utilizaba Mariano (él mismo explicó el proceso de realización cuando lo patentó en 1909: «Apretando y retorciendo fuertemente con las manos bandas de tela mojada, hasta conseguir arrugarla a lo largo de la misma y seguidamente llevar a cabo ondulaciones horizontales»), lo cierto es que los pliegues del Delphos siempre han supuesto una pequeña intriga que no se ha sabido resolver en más de cien años. Sabemos cómo se hacen los pliegues, pero no el por qué, con los materiales y avances de la época, no se deshace la forma de la tela, sino que se mantiene la forma tras varias puestas de la prenda.
Comercializado con el nombre y el logo de la empresa de Fortuny, con una «campaña de marketing» fotografiada por él mismo (con Henriette como modelo) y vendido tanto en su propia tienda en París como en diferentes almacenes de lujo por todo el mundo, el Delphos se utilizaría como vestuario teatral, como ejemplo de libertad creativa utilizado por artistas e incluso como muestra de ideología avanzada en la época. Años después pasó a ser un imprescindible en los museos de moda de todo el mundo.
Esta creación no solo fue un hito per se, sino que también inspiró a toda una generación. Los grandes nombres del diseño de moda que comenzaron a despuntar en los años 20, como Madeleine Vionnet, Jean Patou, Jeanne Lanvin o Coco Chanel seguirán este precepto de libertad e inspiración creado por Fortuny, idolatrado por creadores de la talla de Balenciaga, John Galliano o Manolo Blahnik.
Es extraordinario pensar cómo un granadino sin miedos y con pasión consiguió crear un germen en la moda que nos acompañaría hasta el día de hoy.